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Cuando la política rompe: “Yo a este chico le dejé queriéndolo muchísimo, pero lo nuestro era imposible”

  • Foto del escritor: Patricia Antón
    Patricia Antón
  • 23 ene
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 7 feb

Que la política divida no es nada nuevo, pero que provoque rupturas sentimentales, amistosas, e incluso familiares, es preocupante. Los expertos explican qué es la polarización afectiva y cómo se está presentando en la sociedad española


“Vamos a recuperar nuestro país”. Con estas palabras, Donald Trump encendió a sus seguidores en su último baño de masas antes de ser investido Presidente de los Estados Unidos. Una insinuación que plantea la siguiente pregunta: ¿De quién? ¿Quién ha robado la nación? Los “enemigos del país”, como él mismo Trump llamó a sus detractores durante la campaña electoral. Un ejemplo más de cómo ese “divide y vencerás” parece convertirse en prioridad política. Esa polarización, entendida como dos bloques definidos y distantes, con una confrontación siempre latente, se extiende como la pólvora. Y aunque ahora Estados Unidos sea el epicentro de la atención mediática, no podemos olvidar que en España esa división empieza a calar en nuestras relaciones personales. 


“En el Congreso de los Estados Unidos, los líderes de los partidos se han distanciado gradualmente, tanto sus propuestas como su lenguaje”, explica Thomas Nelson, profesor de la Universidad de Ohio y experto en psicología política, rama científico-social poco desarrollada en España que busca dar respuesta a cómo la identidad, los valores o las influencias de grupo influyen en nuestras opiniones políticas. Nelson relata que la polarización del lenguaje por parte de los líderes políticos ha calado en los votantes, provocando a su vez una separación entre los ciudadanos. 


España no se queda atrás. Términos como “traidor”, “corrupto”, “facha” o “comunista”, han sido recogidos en las actas del Congreso de los Diputados. Cuando las riñas suben de tono, la Presidenta pide la retirada de los insultos del diario de sesiones. Una de las estampas más preocupantes fue la retahíla de insultos, entre ellos algunos xenófobos, que recibió el diputado Gerardo Pisarello por parte de la bancada de Vox durante el debate sobre la Ley de Amnistía. Francina Armengol, Presidenta del Congreso, llamó al orden y calificó el incidente de "espectáculo que la gente no se merece".


Esta rivalidad política movida por el odio ha calado entre los ciudadanos. Según el estudio Ideología y polarización del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el 38% de los votantes del PSOE declara sentir asco —la emoción más negativa ofrecida en el cuestionario— hacia Alberto Núñez Feijóo, líder del PP. Por su parte, el 51% de los votantes del PP expresan la misma repulsión hacia Pedro Sánchez. Estos sentimientos se intensifican a medida que aumentan las diferencias ideológicas: el 68% de los votantes de Sumar manifiesta asco hacia Santiago Abascal, mientras que el 43% de los votantes de Vox siente repulsión hacia Yolanda Díaz - una cifra que asciende al 69% cuando se trata del propio Sánchez.




Según el CIS, un tercio de los españoles asegura que las redes sociales han influido en su pensamiento político. "El acceso a la información política se produce a través de redes sociales y todo eso configura también el debate público en términos de la agenda, del enfoque, del tratamiento de los temas", comenta Pablo Simón Cosano, analista político y profesor en la Universidad Carlos III de Madrid. Con la defensa de la "libertad de expresión" por parte de Elon Musk y Mark Zuckerberg, se ha creado un vacío en el control de la veracidad de la información, ya que no existen mecanismos claros ni instituciones independientes que validen la veracidad de los contenidos publicados por los usuarios. "Hoy en día, los hechos en sí mismos han perdido valor, porque mayoritariamente lo que estamos viendo es que la gente forma primero sus actitudes y preferencias políticas y después decide si cree o no cree el hecho", añade Simón Cosano.


En España, la polarización se ha visto reducida en los últimos años, según el Barómetro Político de la Unión Europea. El proyecto llevado a cabo por un equipo de la Universidad Carlos III de Madrid estudia la tendencia a la polarización de los Estados Miembros de la Unión Europea y Reino Unido a través de datos electorales y de las publicaciones de los partidos políticos en la red social Facebook. Aunque la polarización ideológica se reduzca, esto no quiere decir que no se produzca una ruptura social entre los españoles. Un estudio de la Carnegie Endowment for International Peace explica que, por ejemplo, los estadounidenses no están tan polarizados ideológicamente como creen, aunque sí lo están emocionalmente (lo que se conoce como «polarización afectiva»). En otras palabras, los votantes de un partido sienten rechazo a los simpatizantes del partido contrario. Esta tendencia se está dando en España, donde cada vez es más común que nos agrupemos según nuestra ideología política. 





Polarización afectiva o cómo la política afecta nuestras relaciones


“Yo a este chico le dejé queriéndolo muchísimo, pero pensando que lo nuestro iba a ser imposible”, confiesa Andrea, una joven de 28 años que decidió dar fin a su relación tras cinco largos años juntos. Se conocieron trabajando en un supermercado, ambos compaginando el trabajo con sus estudios. Ella para periodista, él para policía nacional. Cuando entró en la academia, Andrea notó un cambio en su forma de pensar, pero no fue hasta después de la pandemia que sintió que se había radicalizado. “Las cosas que me decía o cómo se comportaba, no encajaban con mi persona”, explica.


La situación pronto se volvió insostenible. “Sentía que cada discusión, él lo enlazaba con algo político. Esas diferencias, de que ahora no, pero en el futuro si quieres tener hijos, pues igual es un problema. Porque a la hora de educarlos, tienes que estar de acuerdo en muchas cosas”. Andrea recuerda que en una discusión, la pareja estuvo a punto de sobrepasar la línea del respeto. “Al principio me sentí mal, ¿cómo es posible que una pareja que se quiere, lo deje por ideologías políticas opuestas? Yo al principio no daba crédito”, admite. Sin embargo, la realidad terminó imponiéndose.


“Nos sentimos incómodos con los conflictos”, señala Nelson. “No nos gusta hablar con alguien si no está de acuerdo con nosotros, porque a menudo estos desacuerdos se vuelven muy desagradables”. Además, añade que esto parte de la tendencia que tienen algunas personas a pensar muy mal de la gente que no está de acuerdo con ellos. Julio es un ejemplo de ello. Este joven de 33 años confiesa que ha reducido sus círculos amistosos en función de su pensamiento político. “No me gusta discutir”, admite, y no entiende por qué sus amigos le sacan ciertos temas si saben que no piensan igual. “Yo no quedo en una cena, para que me empiecen a decir cosas en las que no estemos de acuerdo y tengamos que ponernos a discutir. A mí eso me incomoda muchísimo. Me genera mucha ansiedad”.


Nuestra capacidad para relacionarnos está marcada por nuestra identidad. Sergio García Soriano, psicólogo especialista en la rama clínica e intervención social, explica que la identidad se forma a partir de diversos factores como la familia, la sociedad e incluso la política. Todos estos elementos moldean quiénes somos.  “Buscamos personas iguales a nosotros que compartan nuestros valores”, aclara. Esto no significa que sea imposible relacionarnos con quienes tienen ideas políticas distintas, pero García Soriano advierte que es aconsejable evitar ciertos temas que puedan derivar en discusiones, ya que estas pueden reforzar nuestra identidad de forma más rígida, llevándonos a percibir al otro “no como amigo, sino como enemigo”


Pero no siempre es posible escapar de la bronca. Así nos lo relata Beatriz, quien estuvo varios meses sin hablarse con su padre. Sus comentarios la sacaban de quicio. “Yo  intentaba hacerle preguntas para rebatir lo que decía”, pero afirma que él se ofendía y apelaba a la “libertad de expresión”. “Ya no se puede decir nada”, se excusaba. Beatriz explica que la situación le generaba mucho estrés, por lo que dejó de responder. Al menos, hasta unas navidades donde explotó todo. “Acabamos discutiendo mucho, le dije que solo quería estar tranquila y que así era imposible”. El tiempo pasó, probaron a tener varios acercamientos pero nunca llegaron a un acuerdo. Beatriz no recuerda cómo se arregló todo, pero explica que, a partir del día de la pelea, nunca más hablaron de política. “Yo estoy mucho más tranquila así, porque el estrés que tenía hace años era insoportable”. 


En la mesa, no se habla ni de política, ni de fútbol, ni de religión. Este dicho de la sabiduría popular lo sacaba a relucir mi abuela en cuanto la conversación comenzaba a subir de tono en nuestras reuniones familiares. Mis tíos refunfuñaban, mi primo soltaba alguna broma y mi abuelo, siempre callado, observaba. Al final todos reíamos. Quizás hoy más que nunca debamos aprender la diferencia entre hablar y respetar, entre debatir y pelear, entre entender e imponer. Quizás todos hemos vivido alguna situación como la de Beatriz y su padre, pero lo más importante es tener el deseo de reconciliarse, de reconocer que la conversación es un puente, y no una trinchera.



 
 
 

1 comentario


Marisa casas la estresada
Marisa casas la estresada
16 feb

Trabajar de cara al público me enseñó a quitarme las orejas y no discutir de casi nada, eso si, con la gente que insulta a los del otro equipo, o el otro partido político no volveré a hablar de casi nada

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